Comechingones

Comechingón es la denominación vulgar con la cual se alude a dos etnias originarias de la República Argentina, los hênîa y los kâmîare, que a la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI habitaban las Sierras Pampeanas, de las actuales provincias de Córdoba y San Luis

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Antiguos habitantes de San Luis y Córdoba Los comechingones, “gente de las cuevas”

 Sedentarios, agricultores, pastores, artesanos, tejedores y tocados por la inquietud artística, los comechingones desarrollaron en el territorio argentino una de las culturas indígenas más evolucionadas, solo aventajada por los pueblos del noroeste.

La autonomía de estos indios en la zona no alcanza la profundidad temporal que durante siglos supusieron arqueólogos e historiadores. Las últimas investigaciones han demostrado que desde 6 u 8 milenios antes de Cristo y hasta 500 o 1000 años de nuestra era, la región estuvo poblada por una civilización primitiva que Alberto Rex González y José A. Pérez en su obra Argentina Indígena han dominado cultura de Ayampitín.

Se trataba de pueblos con una economía cazadora a cuyo servicio desarrollaron una rústica industria paleolítica de puntas de flechas, hachas de construcción básica y algunas conanas fijas que denotan una incipiente iniciativa recolectora. A veces la casualidad y otras la búsqueda ordenada han permitido exhumar en la zona, algunos testimonios líticos.


Cuando descubridores y conquistadores pusieron su planta en esta región hacía 500 o 1000 años que la cultura de Ayampitín había sido reemplazada, absorbida o perfeccionada por étnos más evolucionados que bajaron del norte y que se llamaban comechingones.


Comechingonia


Los comechingones de “come” cueva y “chingón” habitantes, “gente de las cuevas”, así nombrados por las características de sus casas semisubterrámeas, o “indios barbudos” por la fisonomía barbada que los distinguía de las otras razas aborígenes generalmente carilampiñas, “o indios de las sierras” por el ámbito geográfico de su hábitat o “serranos” y “algarroberos” según el predominio de su dieta y economía, o “camiares” por la lengua comarcal de su conversación, iniciaron su asentamiento en los cordones australes de las Sierras Pampeanas a partir del siglo V de nuestra era, completándolo en los quinientos años posteriores. Durante ese periodo ocuparon desde Cruz del Eje hasta el arroyo de La Punilla, los valles intermontanos, las pampas y planicies elevadas y los contrafuertes y llanuras circundantes que se extendían al naciente, poniente y sur del mencionado sistema geográfico.


Sin exagerar la precisión de la carta étnica, puede ubicarse el país de los comechingones en la región serrana de Córdoba y San Luis y las zonas periféricas.


Las variantes topográficas del país impusieron su división en provincias; Camicosquín, Salsacate y Chocancharagua en Córdoba; Yungulo, Coslay y Conlara en San Luis.


Las distintas posibilidades de subsistencia que ofrecían la sierra y el llano, determinaron formas de economías diferenciadas, y esto también impuso nominaciones generales.


A los habitantes de la sierra, que aprovechando la fertilidad de los valles y la facilidad de irrigación, optaron por la vida sedentaria sostenida por los frutos de los ciclos agrícolas, se les llamó “serranos”. Los pobladores del llano, cubierto de monte xerófilo, que balanceaban su dieta con el producto de la actividad recolectora, recibieron el mote de “algarroberos”.


Hubo también otras denominaciones de las parcialidades, basadas más en los relatos de las crónicas y la memoria de las tradiciones, que, en las diferencias étnicas de las tribus, como prueban las opiniones siguientes:


El documentado historiador Juan B. Fassi llamó “muturos” a los indios que vivieron entre los ríos Tercero y Quinto, haciendo derivar su nombre en un cacique homónimo y fundando tal aseveración en declaraciones de sus propios encomenderos registradas en los libros de Mercedes de Encomiendas.


El ámbito geográfico que les fijó y la mención de pueblos con los nombres de Tonchara, Quimi y Chalanta que bien podrían corresponder a los actuales puntos de Conlara, Quines y Chalanta, significaría que la provincia de los “muturos” abarcaba todo el valle del Conlara, región habitada desde tiempo inmemorial por los michilingües, según el historiador puntano Juan W. Gez.


Con respecto a esta última tribu, no han faltado quienes cuestionaron su existencia como puede deducirse del texto que se transcribe:


“Acerca de los michilingües Cañais Frau dice: ignoramos cuando aparece por primera vez aquella denominación. En los documentos que hemos visto no lo hemos encontrado. Tampoco los cronistas coloniales la emplean. En cambio, el historiador local Juan W. Gez menciona reiteradamente este nombre. De todas maneras, este nombre de michilingües no puede haber servido nunca como denominación genérica de los indios sedentarios de San Luis, sino a lo sumo ha sido el nombre particular de una de sus parcialidades”.


En síntesis, los aborígenes que poblaron la región, fueron los comechingones, cualquiera hayan sido los nombres o títulos derivados de las casi imperceptibles diferencias etnográficas o culturales.   


Origen. Caracteres generales


No hay criterio unánime sobre el origen de este grupo, razón por la cual los etnógrafos han formulado diversas hipótesis, entre las que, por sus fundamentos científicos pueden anotarse los siguientes:


a) Investigaciones realizadas en la Universidad Nacional de Cuyo, fundamentadas en ciertas afinidades físicas y culturales, han sostenido la procedencia huárpida de los comechingones, siendo esta afirmación sustentada y publicada por historiadores de sólida erudición.


“Con la llegada de los españoles a Córdoba comenzó el reparto de los indios para que prestaran por medio del sistema de encomiendas sus servicios personales a los conquistadores. Con la mezcla de los indios producida por los repartos y la educación en la lengua quichua, impuesta por los españoles, lo que facilitó el mestizaje, se extinguieron en tiempos de la colonia, los indios comechingones de rancia estirpe huárpida”


b) Antonio Serrano, autor de un trabajo notable sobre este pueblo, atendiendo a precisiones antropométricas ha formulado la siguiente conclusión:


“Por los caracteres craneométricos que anteceden, pueden indicarse pues estos indígenas entre los límites ofrecidos por las variantes que muestran los distintos Pueblos que integran la unidad racial conocida bajo el nombre de Pueblos Andino


C) Por último, no faltan quienes sostienen la plena autoctonía de la raza cuya raigambre tal vez alcanzó los etnos primigenios de la región y cuya evolución cultural se vio impulsada por influencia de los grupos periféricos de neta formación andina


“…Los conocimientos actuales acerca de los antiguos pobladores de las sierras de Córdoba y San Luis, sugiere la idea de que esta región constituye una verdadera ínsula etnográfica dentro de la cual se han conservado los elementos de una cultura primordial que, en cierta época, habría sido común a buena parte del noroeste argentino. Influencias extrañas habrían hecho evolucionar intensamente aquella cultura en provincias aledañas a nuestra ínsula, a la cual, habrían mantenido aislada especiales condiciones geográficas”


Entre el indio de la pampa, menudo, desgarbado, de andar bamboleante, y el indio del noroeste, macizo pero mediano, los comechingones sobresalieron por el porte bizarro de su estampa.


De buena estatura, piel más clara que la de sus semejantes inmediatos, rostro enmarcado por espesa barba y cierta apostura no exenta de reciedumbre, constituyeron una excepción física entre la chatura antropológica que perimetraba su dominio. Excepción percibida por los primeros cronistas que los conocieron y cuyo asombro se traduce en el boceto de uno de los conmilitones Diego de Rojas:


“Fuimos a la sierra, a la provincia de los comechingones que es la gente barbuda”


La presencia física se complementaba con atuendo sencillo pero demostrativo de una prolija evolución de las labores textiles.


“Las camisetas que traen vestidos son hechas de lana y tejidas primeramente con chaquira a manera de malla menuda de muchas labores en las aberturas y ruedos y bocamangas”


“De verano traen unas camisetas no muy largas y de invierno mantas de una lana basta. Las mujeres también andan vestidas de esta ropa”


Por último, puede decirse que no eran indiferente a joyas y aderezos, con los que completaban su atavío y a cuya elaboración concurrían su habilidad tejedora y una técnica embrionaria del laboreo metálico.


Economía


La condición de pueblos primitivos no impidió a los comechingones alcanzar una economía de subsistencia, segura y estable, garantizada especialmente por la práctica de la agricultura.


Los conquistadores quedaron asombrados del primor de sus labrantíos cuya profusión y exuberancia ocultaban las achaparradas viviendas de sus pobladores. Lo fecundo de sus cultivos, más que un don de la tierra, era el resultado de un esfuerzo incesante que empezaba desbrozando el malezal, seguía nivelando o roturando el terreno y terminaba construyendo prolijos conductores de irrigación para asegurar el riego a sus sementeras.


Los comechingones alternaban la tarea agraria con la actividad recolectora, debiendo aceptarse que esta fue anterior en la evolución de su economía, y acaso la más segura fuente de mantención, dada la resistencia de estas especies botánicas a las adversidades climáticas.


Tanto debió ser la importancia de este sustento en la vida de estos aborígenes que el mote de “algarroberos”, sirvió para nominar a las parcialidades que acentuaron por necesidad o ubicación la economía cimentada en la recolección de tales frutos.


Las crónicas, las excavaciones arqueológicas y los ideogramas de su arte rupestre, demuestran el ejercicio de sus costumbres pastoriles.


En las pictográficas de las cuevas y aleros de Intihuasi abundan las figuras de llamas, guanacos y algunos camélidos menores mezcladas con las de otros animales de la zona, los que probaría que los “comechingones poseían llamas y tal vez alpacas, es decir las dos especies domesticadas”.


Esta suposición se consolida porque los “restos óseos de llamas son abundantes entre los paraderos de Córdoba y posiblemente también lo sean los de alpacas”.


Por último, si todo esto resultaba insuficiente, podían apelar el más antiguo medio de subsistencia: la caza.



Vivienda


Desde la Relación Anónima a Alberto Rex González, sin omitir a Cieza de León, Antonio Serrano y otros estudiosos de este tema, todas las opiniones coinciden en la descripción de la forma y estructura de la vivienda de los comechingones.


La misma se excavaba en el suelo hasta una profundidad que podía alcanzar el metro y medio. De forma cuadrada y rectangular, tres de sus paredes se cortaban en forma perpendicular al piso, mientras que la cuarta afectaba una inclinación de rampa lisa o escalonada y servía de accesos a la habitación. El techo de esta casa semisubterránea se cubría de madera, rama, paja u otros materiales análogos. En cuanto a su tamaño, variaba según el número de los ocupantes que albergaba, aunque la mayoría está de acuerdo en señalar la amplitud de sus dimensiones.


Los pueblos estaban formados por grupos de quince a cuarenta casas y la distancia entre ellos no excedía la legua.


El hallazgo casual en nuestra zona de numerosas piezas líticas (bolas, morteros, conanas, hachas, etc) en un mismo punto puestas al descubierto por la erosión natural o excavaciones imprevistas, permiten suponer que estos yacimientos señalan la ubicación de antiguas viviendas comechingonas, cubiertas por los sedimentos de varios siglos.


Finalmente puede decirse que tan modesta arquitectura perdió vigencia con la llegada de los españoles y la extinción de la raza nativa. Sin embargo, todavía en nuestros días no es improbable; encontrar en la sierra, el monte o el campo, algunas construcciones primitivas, semihundidas en la tierra con techo de paja, palma o cinc, que evocan inmediatamente la traza de las “cuevas comechingonas”. Últimos vestigios de la cultura madre, fundada como todas las culturas de la tierra en el aprovechamiento de los medios físicos inmediatos para los fines vitales de la especie.


Ocaso y extinción de la raza


Los conquistadores encontraron en los valles, cerros y pampas de las Sierras Centrales una población numerosa en relación con las otras regiones del país.


De acuerdo con esta cantidad y considerando el área geográfica ocupada por los comechingones, Alberto Rex González asigna a esta población densidad aproximada de 15 individuos por cada 100 kilómetros cuadrados.


Existe una estimación más generosa sobre el número de aborígenes de esta raza:


“La comechingona primaba en número, unos 40.000 al fundarse Córdoba, distribuida en numerosos pueblos y paraderos, a veces formando aldeas o ayllus, llamadas también parcialidades”.


Dos siglos después, según el censo ordenado por el Marqués de Sobremonte en 1785, únicamente sobrevivían 600 individuos de este grupo étnico. La especie había claudicado ante la conquista por las razones que se formulan.


Los comechingones eran indios sedentarios, ligados al pago por el fervor telúrico que generan el trabajo paciente y la residencia secular. Este arraigo desarrolló en ellos el hábito de laboriosidad estacionaria: agricultura, pastoreo, artesanía, tejido, etc, que proveían con insuficiencia los reclamos de una economía primitiva y estable. La pasividad de esta situación les privó del afán de las conquistas y del quehacer guerrero. Por eso sin estar desprovisto de valentía, eran mansos, dóciles y pacíficos. Sus armas eran aptas solo para la práctica de la caza. Ni siquiera envenenaban sus flechas. Sus casas servían para viviendas, pero como refugio carecían de toda seguridad. Sus pueblos eran abiertos, y aunque referencias de los pucarás, en ninguno de ellos intentaron otra fortificación que “cercados con cordones y otras arboledas espinosas”.


Tanta confianza y mansedumbre abrieron fatalmente las puertas a la conquista y con ella llegaron:


Las causas anotadas diezmaron los pueblos y aceleraron la decadencia de las tribus más dóciles y accesibles que por fuerza o voluntad acepataron la convivencia con los blancos. Las que se rebelaron no tuvieron mejor suerte porque las represalias fueron despiadadas e indiscriminadas. Por último, las que optaron por la evasión hacia la pampa sureña, huyendo de las llamas cayeron en las brasas. Los ranqueles las acogieron como a parientes pobres y desvalidos. Sometieron a los hombres, cautivaron a las mujeres y vendieron en Chile la población adolescente.


Ni los civilizadores del norte ni los bárbaros del sur tuvieron piedad con este pueblo ordenado, laborioso y pacífico.   


Salvaje para aquellos, aculturado para éstos, les resultó imposible encontrar una fórmula de coexistencia que le permitiera entre ellos la práctica inmemorial de vivir y multiplicarse.


Su cultura- las más evolucionada de la región- no le escudó de la superioridad de unos y la brutalidad de otros, que aplicando distintos procedimientos alcanzaron en común idénticos resultados: el exterminio de la raza.


Ahora, los comechingones, solo encarnan una referencia etnográfica que perdura en algunas voces de la toponimia lugareña, en ciertas artesanías líticas, en una imprecisa signografía rupestre… y también a veces la piel, el gesto o la mirada de unos pocos hombres y mujeres que habitan todavía los pueblos serranos de Córdoba y San Luis.


(Fuente: Achiras Histórica, de Miguel Angel Gutierrez, publicado por UniRío Editora (Universidad Nacional de Río Cuarto)


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